La escena era de cuento, por lo tierna. Un diabólico querubín, con cara de no entender nada, encaramado en la atracción más alta del parque. Sin opción de vuelta atrás, y a punto del llanto. 

Un padre, justo debajo, con risa  nerviosa, acompasando sus pasos a los movimientos de su hijo en el tablón de los piratas, como si de un baile se tratara. Cabeza alta sin perder de vista el objetivo, con los brazos abiertos, abarcando más espacio que la red gigante de los bomberos. Y la frase. Esa arenga repetida una y otra vez para que sonara convincente a los oídos del chavalín.  Que como todos, dudaba de si sí, o si no… 


-¡Salta!  ¡No tengas miedo! Papá te coge…papá te coge… ¡Salta!


No recuerdo bien, pero juraría que un día yo también fui ese niño escalador, necesitado de confiar en su padre.  Y juraría que, como todos, también me tiré a esos brazos.  Y me fue bien, aunque tenga un huevo en la frente sin certificado de origen. 

La escena quizás sea cinematográfica por lo bella, y no sea para tanto por lo común. Pero si lo piensas un momento,  puedes entender que aquello fue una lección. A veces, sin quererlo y sin tener culpa, la vida nos sube a lugares de donde no podremos bajar sin la ayuda de otros, que esta vez no serán nuestro padre.

Aquel día ganamos confianza de sobra, capacidad para lanzarnos al vacío y poner nuestra vida en manos de esos otros. 

Salta. 

Pero procura que quien deba cogerte se parezca  un poco a tu padre. 

Caerás en sus brazos.

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1 comentário

  1. Desde luego, la escena es bella aunque para mí no es tan común.
    He conseguido aprender a lanzarme al vacío y lo más importante es que he tenido la suerte de encontrar esa ayuda de algunos, pocos, otros.
    La lección no la aprendí con la figura paterna pero conseguí aprenderla con esos otros que la suplieron con creces.
    Han sido, y quizá aún son, pocos pero han valido por muchos y para mucho.
    Sin buscarlo y no sé si merecido, he tenido la suerte de caer en brazos de personas ejemplares.
    Nunca dejaré de darles las gracias.
    (esta pequeña confesión está dedicada a un navarro y una granadina).

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