El año del hambre

Aquel año pasé hambre.
Mucha hambre.
Por primera vez.
Solo. Sin ti, madre.
Sin nada que llevarme a la boca.
Muerto casi. De hambre.

Deambulé por las calles como por un jeroglífico. Azuzado por aquella música punzante salida del vientre, que me guiaba sin decirme a dónde.
Estaba lejos del refugio cochambroso donde me instalé cuando me perdí. También a ti.

Escapaba de la miseria en tu búsqueda, pero siempre me atrapaba mi debilidad. Siempre un paso por detrás que mis miserias.
Ese último día me detuve frente a la fábrica de harinas en la que tú trabajabas. La rodeé, atraído por unos aromas que en otro tiempo no percibí, tras la verja que me impedía saciarme.
Y caí, rendido.
Por el cansancio y la vergüenza.
Por el desamparo.
Por tu ausencia, madre.
Por el hambre.

Pensé en dejarme ir.
Me arrastré tras el muro del silo más grande.
Me postré. Bajé la mirada.
Derrotado ya.
Y entonces las vi.
Un ejército de hormigas en fila de a una. Inspiradas en su búsqueda por lo mismo que yo, el hambre.
Salían por una grieta minúscula,
cargadas de pequeños granos de trigo con los que llenar su despensa subterránea.
Ladronas inconscientes, mejores que yo, invitándome a compartir su botín.
Le arrebaté una semilla a una de esas soldaditas despistadas y mastiqué.
Estaba dura y, de tan pequeña, no acerté a molerla con mis dientes. Recogí otro grano sin dueño caído del cielo. Y birlé uno más, que me pareció gigante, abusando de la más pequeña de las hormigas. Pobre, la dejé sin nada, como a tantos otros.
Así, grano a grano, hice un buen bocado y entretuve el hambre y mis pensamientos. Y así, ante lo absurdo de masticar ese chicle de harina, recordé tus palabras cuando me negaba a comer lo que no me gustaba.
-El año del hambre, hijo, el año del año del hambre te hacía falta pasar…

Esa frase hecha era entonces una llamada de advertencia, uno de esos pequeños legados maternos que forman nuestra identidad. De nada sirvió, ni ese ni los siguientes. O sí.

-Perdona madre, me dije en alto.

Observé el ir y venir perpetuo de las hormigas una vez más. Y me levanté.
Ese fue el último día porque por fin me puse a buscarte. Esta vez de verdad.

El año del hambre, por fin, acabó para mí. Gracias a ti, madre.

La tormenta brasileña

El surf es un deporte que consiste en deslizarse por las olas del mar utilizando una tabla. Las tablas pueden tener diferentes tamaños y formas. Una buena tabla es fundamental para un mejor desempeño o para que el proceso de aprendizaje sea más fácil. Se recomienda que los principiantes usen las tablas más grandes, conocidas como Tablas Largas o Longboard.

Además de ser un deporte que proporciona un contacto intenso con la naturaleza, el surf trabaja con todos los grupos musculares y desarrolla la coordinación motora de sus practicantes.

El deporte en Brasil, durante muchas décadas, tuvo a sus practicantes tratados de manera marginada y lejos del profesionalismo. Hoy en día, tanto el deporte ha evolucionado como la imagen de los practicantes, que de hecho, se convirtieron en profesionales y, más que eso, en deportistas. En algunos casos, para la nueva generación de brasileños, ya podemos decir, por la fama adquirida, que  tenemos surfistas comparables  a las estrellas de rock o cine, entre ellos, los surfistas Gabriel Medina, Ítalo Ferreira, Filipe Toledo y muchos otros que forman la Tormenta Brasileña, compuesta por más de 30 profesionales jóvenes que están dominando el escenario mundial del surf. Por eso  los gringos los llaman: La Tormenta Brasileña.  

Tengo el privilegio de haber nacido y vivido cerca del mar y desde los 9 años practico este deporte. De hecho, el surf ofrece a todos una mejoría de su salud,  además de un  estado físico,  mental y socio-ambiental privilegiado.

El Surf es un estilo de vida y  vivir el surf y proteger los océanos son los objetivos a cumplir.

Ricardo Montenegro, C11 (profesora Silvia Cevasco)

Brasil, mestizo

El mestizaje se manifiesta en Brasil desde su época colonial.

Primeramente con una mezcla culinaria entre la parte traída  por portugueses con la raíz indígena que aquí ya estaba presente.

Después, llegarán los esclavos africanos también con sus comidas típicas, haciendo cambios de ingredientes y condimentos.

Así, la comida típicamente brasileña está compuesta por pescados frescos, muchas frutas, raíces, menudos , cortes no tan nobles de carnes y caldos. La “feijoada” es un ejemplo. 

Más tarde, el país recibió una gran contribución de inmigrantes, como japoneses, italianos, alemanes, chinos, españoles, árabes y otros más.

No conozco otro país con tanta variedad gastronómica.

Así, en ciudades mayores como São Paulo, Belo Horizonte, Porto Alegre y Rio de Janeiro la gastronomía es muy variada y se puede comer de todo. En São Paulo es como dar la vuelta al mundo probando platos típicos de todos los  lugares.

En un día, puedes desayunar croissants franceses en una Boulangerie; probar sushis y sashimis en el barrio de Liberdade al medio día; tomar un verdadero gelato HELADO italiano a la tarde y cenar en una típica cantina italiana.

Si estuvieras despierto y animado, aún se puede terminar la noche en un Pub inglés o en una cervecería alemana.

Mariana Cardoso Guedes, C11 (Profesora Patricia Lafuente)

El mejor momento está por vivir

El mejor momento está por vivir

Me pregunté si algún momento anterior que viví fue de verdad. Si como aquel, mereció detener el tiempo y mecerse en el recuerdo de ese sentimiento. No.
Nada que no sea sentido perdura. La memoria es esquiva, pero cuando te encuentra no miente. Queda poso de lo auténtico. Y de alguna fruslería que le sirve de envoltorio a lo real y bueno.

Esa mañana, anudando lentamente los cordones de mis zapatos, al pie de tu cama, sentí la tiritona propia de la resaca de la felicidad. Pensé que jamás volvería a disfrutar de algo tan maravilloso como lo de la noche anterior.

Te acaricié con suavidad para no despertarte, y contuve mi respiración para escuchar la tuya, antes de marchar. Me quedé inmóvil por unos segundos, lamentándome de continuar, acunándome en la belleza de tu gesto al dormir. No hay rostro más bello que el protegido por el sueño.

Quizá fuera el vino, quizás la conversación, quizá tus caricias, quizás el arrumaco eterno de tu voz, quizá el amor, quizás, definitivamente, el vino…

Pero sé que entonces quise, por fin, detener el tiempo, revivir ese momento sin fin. Salí de tu casa dispuesto a volver para quedarme para siempre, pero no. No regresé. Sentí miedo a perder lo vivido.

No aprendí a detener el tiempo. Nadie puede, por mucho que quiera. Pero sí que afronté la realidad de sabernos efímeros, de que, aunque no lo recuerde aún, el mejor momento está por vivir.

Y volví.

La mascarilla de los huevos

No me va el humor escatológico. Pero me río. Eso de las defecaciones, flatulencias y meadas fuera de tiesto me dan vergüenza ajena, y hasta propia. Así que no me regodeo especialmente en este tipo de acontecimientos.

No negaré, como mi primera amiga de adolescencia, que algún viento se me escapa. Ni negaré que hago uso del excusado como todo bicho viviente; a veces como un reloj, otras veces a deshoras y atormentado. Pero ni lo cuento ni entro en detalles. Esto será una excepción, por lo hilarante y absurdo de mi última anécdota en culminación del proceso fisiológico de las aguas mayores.

La edad nos hace menos resistentes al apuro frente al detritus y toca aliviarse donde toca y como toca.

El otro día, en la previa a una reunión capital para dar las cuentas a los flamantes directivos de mi empresa. Bien pertrechado que iba, con un buen informe y mis mejores galas, pero quizá con nervios movedizos… El caso es que, por fortuna, encontré un buen lugar aseado donde recuperar la calma. Y que, por desgracia, encontré también a mis jefes al salir. Sí, que todos pasan por allí, pero que no agrada toparse con nadie a las puertas.

Saludas y se te quedan mirando. Sabes que algo no marcha bien y te pones en lo peor…¿Atufará… ? Falsa alarma.

Un alma bondadosa se tapa la boca para advertirte que te has olvidado de colocarte la mascarilla. Sonríes, y la buscas en los bolsillos del chaleco, y no la encuentras. Sonríes de nuevo, y la buscas en los bolsillos del pantalón, pero tampoco la encuentras. Ya no sonríes tanto, que la mascarilla, hoy, es el atuendo principal para cualquier reunión.

Vuelven los nervios y buscas y rebuscas… Y entonces, en un momento de lucidez, entiendes por fin donde está la mascarilla de los huevos.

Comprendes que la molestia que te perturba en la zona noble tiene su origen en un descuido al quitarte la protección y colocarla entre tus rodillas, y no en un fleco molesto del bolsillo o en una doblez inapropiada de la camisa.

La mascarilla está ahí, donde no debe.

Sonríes, pones cara de circunstancias frente al olvido y vuelves a entrar. Toca bajarse de nuevo los pantalones y, por fin, encontrar en tu calzones la mascarilla negra y de dos capas que habías estrenado aquella misma mañana.

Yo ya la llamo la mascarilla de los huevos. Y sonrío.

Garbanzos con “Cap i Pota”

Es evidente por el título que hoy, en estos pequeños relatos gastronómicos que casi podría llamar mi pequeño discurso palatal, me he transportado a Cataluña, a mi infancia y al recuerdo de mi abuelo.

Cap i pota” es cabeza y pata de ternera en castellano y son varios los platos típicos catalanes guisados con este producto. Parece que estoy oyendo ahora sus palabras “mi oficio transforma el paisaje en cazuela”.

Como siempre deberemos usar garbanzos de la mejor calidad y bien cocidos, reservándolos en su caldo.

La cabeza y pata de ternera, también cocida y escurrida, la trocearemos en daditos.

Y… a preparar el guiso:

En cazuela con aceite de oliva sofreímos cebolla, tomate, pimiento, y … mucha paciencia. Añadiremos al final pimentón dulce.

Como si lo viera ahora, él se fumaría un cigarrillo sin apartar la vista del sofrito, acompañándolo con mucho amor y dedicación.

Agregaremos las carnes removiendo con cuidado, los garbanzos con caldo y dejaremos hervir unos quince minutos.

¡Cómo, no!, no podría faltar la tradicional “picada” de la cocina catalana. Un majado de ajos, almendras y pan frito que verteremos en la cazuela cinco minutos antes de concluir el guiso y que le aportará sabor y consistencia.

¡Y, ya están!  “els cigrons amb cap i pota d’en Joanet”. (los garbanzos con cabeza y pata de Juanito).

Simplicidad y Genialidad

Por toda mi vida, he tenido todo lo que necesitaba: padres atentos; amigos inseparables; amor incondicional; educación de calidad; la perspectiva de un futuro muy próspero, de una vida llena de conquistas.

Sin embargo, nunca he dejado de agradecer por cada cosa que la vida me otorgaba, por cada buena persona que se haya cruzado mi camino, por más pequeño que fuese el resultado o por más corto que fuese el tiempo que tuviese con tal persona.

Siempre tuve en mi mente que nada se gana sin un precio.

Puede ser tangible, como un valor en dinero, o intangible, como un valor moral que nosotros cargamos durante nuestra caminada por la tierra.

Creo que en cada paso que he dado, he dejado mi contribución a ellos, que siempre tenían mi mejor interés como su prioridad.

He dado los debidos créditos; he mencionado como fueron insubstituibles en mi formación; he llorado por los que no están más con nosotros físicamente (no obstante, permanecen en nuestras memorias hasta el fin); he agradecido por cada ayuda, soporte, bronca, discusión, broma; por cada sonrisa, carcajada, lloro; por cada idea, cada sugerencia, cada rechazo.

Sin todo eso, no hubiera tenido los pies en el suelo para llegar donde he llegado.

He construido algo que toda la gente la llama de “una cosa de genio”, aunque yo la reconozca apenas como el fructífero resultado de una vida rellena de buenas personas, de oportunidades aprovechadas y de mucho trabajo.

Fernando Fleiss, Avanzado B2 (alumno de Jorge Rigueiro)

Garbanzos con carabineros

El carabinero (especie de gamba roja de gran tamaño y fuerte color) abunda en la zona costera de Huelva y Cádiz, más concretamente entre Tarifa y Conil.

Se consideró alimento común de las familias con menos recursos por su abundante pesca en la zona. Hoy en día, debido a la sobreexplotación y también por sus excelentes cualidades culinarias, se ha convertido en uno de los mariscos más apreciados y caros.

Me enseñaron que el secreto de esta receta está, como en los arroces, en un buen caldo y un buen sofrito.

Por lo tanto, haremos un buen fumet con pescado de cáscara (cangrejos, galeras…) dónde coceremos los garbanzos.

Para el sofrito podemos primero freír en aceite las cabezas de los carabineros e incluso las cáscaras (si luego los queremos colocar ya pelados) y en ese aceite, bien colado, sofreímos la ñora, el pimiento rojo, los ajos y un poco de tomate.

En cazuela de barro o perol de hierro pondremos el sofrito y añadiremos los garbanzos con su caldo dejándolo hervir lentamente unos diez minutos y al final dispondremos los carabineros (unos tres minutos son suficientes para su cocción).

En mis recuerdos no podía faltar el secreto de mis mayores: Para que el plato quede con una textura más consistente, batiremos una cucharada de garbanzos con un poco de su caldo y lo agregaremos durante los diez minutos de cocción.

He aquí un plato más de la cocina tradicional española y seguiré con mis recuerdos y vivencias por la geografía española y los productos autóctonos.

¡Hasta pronto!

Garbanzos de Cuaresma

El otro día hablábamos de los garbanzos de toda la vida y me quedé pensando…

¿Cuáles son para mí los de toda la vida? Y la respuesta es que son varios.

Como dice un amigo mío “Todo en la vida es momento, situación y lugar”.

Compartiré con vosotros varios tipos de guisos con garbanzos que han sido importantes en mi vida por algún u otro motivo.

Ahora que estamos a las puertas de la Semana Santa, no podría olvidarme de los garbanzos de Cuaresma.

Hace años en España era de uso obligatorio cumplir las normas de la Iglesia y eso lógicamente se fue reflejando en las costumbres y cómo no en la cocina.

En Cuaresma no se podía comer carne, pero teníamos que seguir comiendo, y supongo que de ahí este tradicional plato que se tornó imprescindible. A mí me parece exquisito.

Son garbanzos guisados con bacalao y alcachofas.

Se preparan en cazuela de barro.

Recuerdo que mi tía cocía previamente los garbanzos en un caldo hecho con las espinas del bacalao y los trocitos desechados al cortar los trozos bonitos e iguales que luego usaría para añadir a la cazuela.

En cazuela de barro y con aceite de oliva doraba el bacalao previamente harinado y lo reservaba. Luego, cómo no, hacía un sofrito con ajos, cebolla y pimiento verde al que añadía las alcachofas troceadas. Sin tardar mucho incorporaba los garbanzos ya cocidos y un poco de su caldo. Ahí entra el “fuego lento” el “chup, chup”. Finalmente, cinco minutos antes de retirarlos del fuego, incorporaba los pedazos de bacalao…y a comer que estamos en Cuaresma.

Debería aclarar que mi tía, a la que aludo, era de la Ribera Navarra. De allí son las mejores alcachofas del mundo. La aclaración viene a cuento porque mi abuelo que era catalán, hacía los garbanzos de cuaresma con espinacas y bacalao.

La cocina tradicional, siempre con productos de la tierra.

Sigo recordando momentos y lugares y os iré contando.

Salta

La escena era de cuento, por lo tierna. Un diabólico querubín, con cara de no entender nada, encaramado en la atracción más alta del parque. Sin opción de vuelta atrás, y a punto del llanto. 

Un padre, justo debajo, con risa  nerviosa, acompasando sus pasos a los movimientos de su hijo en el tablón de los piratas, como si de un baile se tratara. Cabeza alta sin perder de vista el objetivo, con los brazos abiertos, abarcando más espacio que la red gigante de los bomberos. Y la frase. Esa arenga repetida una y otra vez para que sonara convincente a los oídos del chavalín.  Que como todos, dudaba de si sí, o si no… 


-¡Salta!  ¡No tengas miedo! Papá te coge…papá te coge… ¡Salta!


No recuerdo bien, pero juraría que un día yo también fui ese niño escalador, necesitado de confiar en su padre.  Y juraría que, como todos, también me tiré a esos brazos.  Y me fue bien, aunque tenga un huevo en la frente sin certificado de origen. 

La escena quizás sea cinematográfica por lo bella, y no sea para tanto por lo común. Pero si lo piensas un momento,  puedes entender que aquello fue una lección. A veces, sin quererlo y sin tener culpa, la vida nos sube a lugares de donde no podremos bajar sin la ayuda de otros, que esta vez no serán nuestro padre.

Aquel día ganamos confianza de sobra, capacidad para lanzarnos al vacío y poner nuestra vida en manos de esos otros. 

Salta. 

Pero procura que quien deba cogerte se parezca  un poco a tu padre. 

Caerás en sus brazos.