Ayer me deparé con una situación insólita, solo después de un tiempo me di cuenta qué ocurrió.

Un entregador de ifood me dio un beso cuando lo recibí en portería.

Lo que hice fue: saludarlo, llamarlo por su nombre, agradecerle y gratificarlo con una pequeña propina.

Supuse que pocos lo habían hecho antes. Pero su reacción fue metafórica.

En este mundo de imprevisiones, entre lockdown, resquemores y sospechas, la realidad es mucho más amplia y compleja que algunas medidas, casi todas, binarias, adoptadas por los políticos de turno, un panorama nada fácil de administrar, también hay que reconocerlo.

Los entregadores que de punta a punta de la pandemia nos han suministrado comida y compras, además de haber inscrito un modelo sustentable económico y de preservación social, y también propio, son unos auténticos titanes, un ejército de buena gente, trabajadora y tenaz (ayer vi a muchos de ellos bajo la lluvia inclemente de São Paulo con su carga penitente y no supe cómo mirar, ni qué pensar ni qué decir, ni dónde meterme ni cómo recuperar una explicación veraz, desde mi perspectiva más que impaciente, incontinente)

Vaya por ellos, ifood, rappi, por todos los entregadores de São Paulo, de Brasil, ávidos de identidad, gratitud y reconocimiento, como descubrí ayer al mediodía, sois los putos amos del cotarro, la polla en vinagre de la pandemia y el escozor de la mierda del virus que afortunadamente ya toca a su propio fin.

Un beso.

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