Quizá el gris del cielo y las montañas con su negro entre el verde de los campos mojados mientras una vaca rumia aislada en su intemperie muestre una imagen tristona, áspera o inacabada. Creo que sí.

Pero pensándolo bien no es más que lo que tiene que ser, el preludio del invierno repicando en diciembre, una austera secuencia de personalidades climatológicas y cromáticas propias y repetidas de toda la vida.

Morirse un poco para recuperarse, apreciar los verdes de los verdes, o los grises infinitos del cielo, esa sucesión natural de las estaciones que nos sugiere olores que caducan, estampas que caducan, comidas que caducan, ropas que caducan, pequeños vahídos con principio y final, rejuvenecimientos temporales, claustros y patios.

Que venga el frío, su invierno en forma de viento y los terrones de nieve que auguran que al fin y al cabo, el patio de mi casa es particular…

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