A ideia de reunir tocayos que compartilham o mesmo nome surge como alternativa curiosa de socialização. O “Primeiro Congresso de Segundos da Espanha”, será presidido pelo meu pai, um homem marcado pela dureza da Guerra Civil.
En un mundo tan polarizado (los radicales siempre son los otros), donde la falta de amor (consecuentemente, de hijos) es una constante, buscar gente que se llame igual a uno para establecer relaciones de algún tipo siempre puede suponer una buena opción de socialización ya que las otras quizá no estén funcionando tan bien.
Es de suponer que esta búsqueda de sinergias nominales no hará crecer a la humanidad, pues se suelen llamar igual los del mismo sexo, y así es un poco difícil procrear, pero quizá nos llevemos algo mejor entre todos, lo cual no es baladí para empezar, tal y como bajan las aguas de los tiempos que corren.
En el peor de los casos, seguro que podemos hasta divertirnos un poco, algo nada desdeñable.
En España existen como 300 ó 400 tocayos Segundos, es decir, hombres que se llaman con el ordinal con mayúsculas, como yo, por eso, lo de tocayos, y casi todos ellos ecuatorianos, país que venera este nombre, pero no sabría decir muy bien por qué, tampoco pienso que importe. En España, pocos, mi padre y yo, que yo sepa, igual alguno más, pero lo desconozco.
Hace unos años se me cruzó el cable y quise organizar el Primer Congreso de Tocayos Segundos de España, con mi padre de presidente honorífico debido a sus 88 años, bueno, más bien como rey (España es un país tradicionalmente de reyes) como a él le gusta jactarse cada vez que nos sentamos a comer alguna cosa en familia, bien propio de un hijo de la guerra civil después de la cual se quedó con el culo al aire, sin casa, sin dinero, sin comida, sin pan y sin nada.
El evento tendría lugar en medio del campo, y el Primer Congreso de Segundos de España sería alocado en un almacén de aperos de labriego, entre tractores, mulas mecánicas, rotavatores, molones, azadas, tierra, polvo y cacas de los inmunerables murciélagos que penden de su tejado.
Mi padre, Segundo primero, el primero de los 300 ó 400 tocayos, casi todos ellos ecuatorianos además de mí, que no lo soy, hombre viejo de campo, presidiría nuestro encuentro en una silla de escritorio polvorienta a la que le falta una pata, bebiéndose un puro Farias de Canarias y fumándose un café corto (uno no sabe si al beber fuma o al fumar, bebe, a mí me parece que se confunde, el resultado es parecido), abriría un Roda I, tempranillo de Rioja Alavesa, una botella de vino de coleccionista, perdería, seguro, el corcho y tendría que despreciar el contenido restante por una acequia ante la atónita mirada de los tocayos Segundos delante de la poca importancia que un hijo de la Guerra Civil Española le da a las cosas que no tienen importancia además de las más simples que son las que más importancia los hijos de la guerra les dan a las cosas.
Antes de invitar a modo de clausura del Primer Congreso de Tocayos Segundos de España, a toda la peña a comer unos churros con azúcar en las fiestas de Puente la Reina (lugar por donde pasa el Camino de Santiago y al que a los brasileños les llama muchísimo la atención porque ese puente es muy bonito, las cosas como son).