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Magdalenas

Revista Vamos Contigo 225 - Expresión escrita y comprensión lectora - España. Costumbres, Cultura Segundo Villanueva / São Paulo, 10 de Abril de 2020

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El horno era una concha inmensa con un ganglio en el fondo lleno de fuego joven.
 
A los chicos nos daba la sensación de que los panes de la paleta de Julio eran brazos de bebé desollado, o carne de culo blanda pero sin piel.

Cuando Julio el panadero le abría la boca al horno para meterle una paleta de panes blanquecinos, al fondo se le podían ver por instantes sus lenguas naranjas, desnudas y danzantes.

Era una imagen que duraba apenas unos segundos, pero Julio el panadero siempre nos llamaba para que viéramos el infierno donde se cocía el bollo, que no un bollo cualquiera sino el bollo municipal. A nosotros nos daba que era una manera de darse importancia.

Julio el panadero establecía cuatro o cinco cánones de pan en una paleta y los rasgaba con una cuchilla de afeitar para que, con el calor ya una vez dentro, pudieran evacuar los gases.
 
Los panes entraban boca arriba, blandos y perezosos, pero conforme se requemaban iban abriéndose hasta esgrimir una sonrisa. Eran sonrisas llenas de orgullo y que parecieran intentar disimular situaciones irremediables de dolor. Hasta que al final no podían más y expiraban con los panes abiertos de par en par, para unos, llenos de amargura. Para otros, bellos, como los muertos.

- Qué bonitos están, qué crujientes, tostadicos…
- Ay, cómo dices eso…
- Qué, no te gusta…
 
Julio el panadero era un hombre limpio y lleno de paz, como la harina. Hablaba pronunciando todas las sílabas, y nunca decía una palabra más alta que la otra. Julio el panadero no se aturrullaba porque sabía que las cosas tenían su tiempo de cocción.
 
En el negocio del pan, el tran tran era siempre el mismo, tran tran, y a la hornada no se le podía precipitar intentando meterle la quinta cuando era cuarta, por poner un ejemplo. Eso fue determinando mucho su manera de ser.

Para amenizarse entre las cocciones, le gustaba silbar. Silbaba con la delicadeza de una mujer.
 
Hacía los sostenidos y los bemoles, y le gustaba jugar con las escalas para arriba y para abajo, metiendo corcheas de vez en cuando. Al final, a nosotros nos empezó a dar que Julio el panadero hablaba más como una mujer que como un hombre.
 
(continuará)
 
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