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Juanito (I)

Revista Vamos Contigo 221 - Expresión escrita y comprensión lectora - España. Costumbres, Cultura
Segundo Villanueva / São Paulo, 23 de Agosto de 2019

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Juanito el tonto hacía cruces en un cuaderno. A lo mejor conseguía escribir doscientas mil en una hoja. Eran cruces pequeñas, ladeadas, como las del martirio de San Bartolomé, pero en pequeñas. Cuando uno miraba las cruces ladeadas de Juanito el tonto, perdía la cuenta. El cuaderno tenía cien hojas. Juanito el tonto, por tanto podía pintar hasta veinte millones de cruces ladeadas en un solo cuaderno, y eso en los días que iba, que eran la mitad de los que había. Faltaba mucho.Disciplina no tenía. Su silla se quedaba muchas veces vacía, pero nadie lo echaba en falta porque, total, hacía otras cosas diferentes a las nuestras
 
A Juanito el tonto me lo encontré un día en la escuela y me dijeron que se iba a quedar con nosotros. Su pupitre se ubicaba al final de todos, en la última fila, en un rincón, al lado del armario. En ese armario se guardaban pinturas y cajas con papeles de colores y papeles para manualidades. También unas camisetas de plástico del Betis balompié, con números negros. Muchas veces me pregunté por qué en ese armario había camisetas de plástico del Betis balompié siendo que el Betis balompié se quedaba en el Sur de España y nosotros estábamos justo en la otra punta. Alguna vez nos las poníamos al jugar un partido y a mí me hacía mucha ilusión estar uniformado y parecerme a los jugadores de la tele. Lo que más me gustaba era el número. Cuando corríamos detrás del balón la camisa de plástico sonaba metálica y el verde resaltaba en medio de la monotoneidad grisácea del pueblo. Por lo menos yo, me sentía la mar de importante.
 
Pero volviendo a Juanito el tonto. Nunca hablé con él, y a veces me pregunto si era para hacerlo. En realidad ninguno de nosotros hablaba nunca con él. A mí me daba miedo, el mismo de los caballos. Juanito el tonto era de reacción imprevisible. Los amigos le gastaban bromas pero yo siempre me quedaba aparte y no participaba. En realidad les dejaba hacer, pero yo sabía en mi fuero interno que eso no estaba bien.
 
A Juanito el tonto yo no le entendía nada. Y más cuando se ponía nervioso. Cuando se ponía nervioso saltaba como un jabalí a por nosotros y nos escabullíamos riendo. En realidad eran mis amigos que se reían. A mí me gustaba observarlo, como alguien diferente, y nunca me despertó ningún sentimiento cruel ni de burla. Eso hacía que me pillase siempre desprevenido. Me agarraba con su mano de sarmiento y apretaba hasta provocarme dolor. Fueron los primeros dolores de pequeño. Dolores que creía reservados para más adelante. Se notaba que Juanito el tonto era diferente porque no era para hacer dolor en los niños.
 
Juanito el tonto cuando se acabó el curso permaneció en el mismo pupitre con los que vinieron detrás haciendo las mismas cruces de San Bartolomé. Y así. Pienso que después de una década de pupitre, rellenó algunas centenas de cuadernos cuadriculados. Incalculable. Decían que eso lo mantenía a raya. Tranquilo.
 

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