Cada año más el día del trabajo suena a letanía inconsciente o a Bolero de Ravel, igual a los actos religiosos que se repiten por repetir y para participar pero no para sentirlos, vivirlos o gozarlos sino para guardarlos en festivo, no más.  

El día del trabajo en São Paulo como en la mayoría de las ciudades en el mundo estuvo lleno de calor y sordera, pereza y aburrimiento, ya nada tiene su razón de ser habrá que concluir, se perdió en los confines de los tiempos y solo algunos locos o insistentes sindicalistas hicieron aparición para preservar su razón de ser, la de ellos, difícil de localizarla habiendo pasado tanto tiempo desde el principio cuando se supone que las cosas eran bien diferentes a como se presentan hoy.

Muy poco bagaje para entusiasmarse, escasa motivación para echarse a la calle, desgana atroz.   La pregunta vital, aquella que nos acucia en un mundo moderno donde la coherencia pretende abrirse paso en todos y en cada uno de nuestros actos, es, por qué contemplar una data que nadie la quiere.