Alguien afirmó que la lucha por la supervivencia siempre le reserva las mayores vilezas al ser humano. A su vez, antes, un sabio afirmó que solo en la guerra es posible la buena pedagogía y la reconstrucción de los verdaderos valores republicanos (en el sentido social, no político).
Stefan Zweig, uno de los mayores observadores del siglo XX (murió en Petrópolis) en Castiello contra Calvino describe a la perfección el estado de intolerancia que propició la implantación rígida de los modos autoritarios calvinistas en la ciudad de Ginebra. Al leerlo uno percibe la situación excepcional en lo que se refiere a la libertad de expresión con sus cancelaciones (qué poco afortunada esta palabra, ¿no?), controles de la vida privada inmiscuida en la pública, exilios y terrores de la palabra, es decir, de la opinión, y que constituyeron de esta ciudad la mayor representación de lo que puede considerarse un verdadero terror social de la época.
Cuando en el siglo XVI, en la ciudad de Calvino se prohibía comer mermelada en la mesa de casa por lo que sea, a uno le viene a la mente lo que pasa en nuestra Torre de Babel contemporánea en la que vivimos.
