Vivir sin fútbol es vivir consciente y a veces se torna necesario no hacerlo, principalmente desde el viernes por la noche hasta el domingo a la tarde.

Los sueños de la razón producen monstruos decía Goya, y a fe que cuando nos llega el fin de semana para homenajear a la sinrazón, ese cataclismo futbolero nos redime como seres humanos que somos.

Ahora que ya no lo tenemos, los que lo amamos sufrimos el impacto de depararnos no solo con la supresión de nuestra ataraxia vital y que pudiera hermanarnos finalmente con un entorno normal pero quizá desconocido, como es la familia, el deporte, las comidas en grupo, lo espiritual, la cultura, la reflexión individual, el descanso, con el entorno normal suprimido, en definitiva, sino que nos depara con la peor de las realidades desde la 2a Guerra Mundial, un baño explícito de configuraciones grotescas a las que intentaremos en los próximos meses encontrarles un por qué.

El peso de la existencia es a veces insostenible, nuestras preocupaciones, inadmisibles, es necesario recuperar nuestra escala de valores y sufragar el desastre ocasionado a la herencia de nuestros mayores.

Tengo la seguridad de que cuando vuelva el fútbol, apreciaré sus cosas y también otras que su áurea no me dejó ver ahora que no está.

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