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Em São Paulo, a padaria tradicional é vista como um refúgio espiritual cotidiano, onde é possível desconectar-se do ritmo exaustivo da semana. Aos sábados, os paulistanos se libertam das exigências sociais e do teatro da convivência. Na padaria, não há pretensão: come-se simples, veste-se como quiser e paga-se pouco. É um espaço democrático para observar, ser observado e reencontrar-se. Uma pausa necessária, quase espiritual, no caos urbano.
En São Paulo, quizá la panadería paulistana de toda la vida sea el recanto espiritual en forma de panadería, claro, que los jesuitas recomendaban por lo menos dos veces por día para echar la vista atrás saliéndose de sí. Echar la vista atrás y ver lo bueno y lo malo es razonable para mirar adelante con un poco más de tino.
El sábado es el día elegido por los paulistanos para despojarse del teatro semanal, exigentísimo, 5 días exhaustivos donde hay que aguantar a muchas personas que piensan diferente, bueno, a todas, no hay una que piense igual, con lo que esto agota. También para vestirse a contragusto según la situación, (a pesar del ejercicio espiritual es condenable sin embargo, la gorra de béisbol de algunos hombres en los supermercados, un sinsentido, pues estando dentro, no están fuera, donde se sitúa el sol, y que no acostumbra a meterse dentro, hasta hoy, que se sepa, además de intentar, también, para empeorar mucho, parecer, es de suponer, jóvenes que no son, ni lo serán más, porque siempre se va para adelante, no para atrás. Por tanto, esa gorra solo da que hablar, y mucho).
Y para comer sin rigor lejos de los democráticos (con toda su lentitud) restaurantes por kilo del almuerzo, de los cuales, muchos ofrecen rúcula, lo que siempre encierra un riesgo de que alguien se tire media hora contando las hojas, teniendo solo una para comer, hacer la digestión y volver a trabajar.
La panadería de las de siempre permite hablar de cualquier manera, desayunar un pan insulso en la chapa sin ninguna pretensión, ver y ser visto, un vicio paulistano de toda la vida, finalmente vestir de cualquier manera (incluso con alguna aberración, como la citada anteriormente) y pagar casi nada para compensar todo lo mucho que pagó y sabe que pagará a la semana siguiente por casi lo mismo.
Sin la pretensión de la vestimenta, las dichosas hojas de rúcula, los zapatos apretados aparejados de trajes de marca, o de trajes, es posible un reencuentro consigo mismo propiciando el sempiterno viaje interior y que San Ignacio de Loyola implantó hace más de 500 años con sus ejercicios espirituales y que tanto bien hicieron y continúan haciendo a quien los practica, de manera regular y doméstica y también más militar y profesional.
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