Leer un libro como Confesiones de un opiófilo de Antonio Escohotado es una aventura intelectual, expresiva, conceptual.
Un libro tan difícil como atractivo, su lectura es abstracta y pausada, tan lenta como el ejercicio de alguien que ha ralentizado su metabolismo para llegar más lejos haciendo las cosas más lentas, dan ganas de robarle su estilística y convertirse en discípulo para hacerse a la mirilla de cosas que solo alguien como él consigue percibir, analizar, juzgar, sentir, llorar, un maestro.
Sus palabras son anómalas, sus asociaciones, inéditas, nunca las he visto anteriormente, me falta bagaje, también es cierto. Pero parece que para hablar de lo mismo taladra el mármol que suspende las cosas que los mortales vemos y atraviesa esta dureza para ofrecernos una nueva visión de la realidad solo reservada para los canteros que saben perfectamente dar con la vena del intramundo y ofrecérnoslo de manera quieta y meditada.
