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Cumpleaños feliz. Final

Revista Vamos Contigo 234 - Expresión escrita y comprensión lectora Segundo Villanueva / São Paulo, 02 de Julho de 2022

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Segundo Villanueva  / São Paulo, 02 de julho de 2022

 
Al principio lanzábamos zarpazos a los platillos con fruición, con sagacidad. Se nos ponía la boca llena de polvo brillante y después nos la refrotábamos de naranjada y nos salía un bigote pastoso que era sinónimo de fiesta. Una manduca diferente, una manduca artificial, pecadora y brillante, asimétrica, desordenada, nada alimenticia, perniciosa, manduca de cumpleaños. Como estábamos acostumbrados al agua, agua fría o agua del tiempo, pero agua al fin y al cabo, la naranjada o la limonada eran sinónimo de extravagancia. Era interesante ver cómo con esa extravagancia de la comida se perdían las medidas de la saciedad, de la corrección formal y del alimento como nutricio.

Bebíamos mucho, mucho más de lo que queríamos y de lo que necesitábamos. Bebíamos sin ton ni son, en clima de fiesta, como huyendo del agua, de las alubias con morcilla o de la carne guisada. Cada dos por tres nos acercábamos a las botellas de plástico que contenían el líquido efervescente y nos llenábamos un vaso, que a lo mejor dejábamos a medio beber. Se nos ponían las barrigas redondas y eructábamos sin querer, pero el eructo, en lugar de ser un estigma, una ventosidad tímida infantil, una exhalación pasajera tras una comida de sustento, era un signo, una bandera, un complemento inevitable de los mejunjes que nos metíamos, un alborozo de la fiesta. Algo de lo más normal:

- Agggggggggg
- Ja, ja, ja,
- Oggggggggg
- Jajajajajajajajaj
- Uggggggggggg
- Jaaaaaaaaaaaaaaa
- AAAAAAAggggggggggg OOOOOOOOOOggggggggg UUUUUUUUUUUUUggggggggggg


Hasta que llegaba el chocolate con churros. El chocolate con churros necesitaba reverencia, y a diferencia del pepinillo en vinagre o las avellanas, adquiría una dimensión más importante que la nuestra. Ahí es cuando empezábamos inconscientemente, como si fuera a través de una leve lombriz, a apreciar que existían dos tipos de alimentos. Aquellos que pasaban de sopetón, y aquellos que daban que hablar.
 
En la España Transitoria, a puro de arrancarle a la tierra el remedio de los días, no se conocían más que los segundos. Los otros, circunstanciales, una concesión a la excepción.
 
Al churro había que untarlo hasta media altura y encajar su pulpa de pasta átona en la boca y abrazar su manteca cálida entre la lengua y el paladar. Esa manteca cálida, abrigo alimenticio y ungüento vitamínico nos sabía a gloria, y nos reconfortaba de tal manera que volvíamos a ser tal cual antes del pepinillo crujiente, de la cebollita pelada en vinagre o de la gominola elástica. Con el churro con chocolate recuperábamos la conciencia, la gravedad de los días y la percepción de la temperatura y el tiempo, por poner un ejemplo. Con los churros nos repantigábamos en el solaz de nuestro espíritu y nos poníamos a pensar primero, que qué buenos estaban los churros con chocolate de la madre, y segundo, que qué bien parecidos eran los cuadros renacentistas de escuadra y cartabón mezclados con un suave chocolatillo caliente surrealista pintado a principios del intenso y locuaz siglo XX.

 

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