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Pella y desmadre

Revista Vamos Contigo 232 - Expresión escrita y comprensión lectora Segundo Villanueva / São Paulo, 07 de Novembro de 2021

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Segundo Villanueva  / São Paulo, 07 de novembro de 2021

 
El fin era la pella.
 
Ese vegetal escondía gases venenosos en su vientre podrido y se parecía a una cabellera apretada de anciana.
 
Las cabezas apretadas de las ancianas estaban repletas de pelos blancos e hirsutos, duros como ellos solos. Todas ellas, sin excepción, andaban con una en la cabeza llena de malos aires, tiesa, dura y húmeda.
 
La pella, invariablemente y como una regla de multiplicar, exhalaba olor a perro muerto, o a sapo, y con los ajos cocidos, a la cara blanca de la verdura se le ponía aspecto de sarampión, un suplemento que acababa por botar en incandescencia las vísceras dormidas de nuestro vientre.
 
La pella en cocimiento y en proceso de liberación de los gases tóxicos, no podía menos que provocar regurgitaciones espontáneas. Algo que causaba decepción, rabia y constreñimiento en la Madre, que ventilaba la cena de los miércoles recociendo esas cabezas blancas de manteca pestilente, después de sopesar con el mejor rasero de medir, los pros y los contras de todo lo que habíamos comido antes y lo que iríamos a comer en los días restantes de la semana.
 
A las orejas de la pella las podía ver desde lejos, en cuanto abría la puerta de casa. De manera silenciosa, pero con el vacuo de la premonición, hacía acto de presencia aquel vaho condensado que daba mareos. Entonces me echaba a llorar sin consuelo, y sentía como casi todos los miércoles, un hondón en el alma. El hondón de la amargura del imposible tránsito de la pella por la garganta, del augurio del prefacio maternal:
 
Come
Come
Hasta que no te comas eso, nada…
 
(seguirá)

 

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