La palabra normalmente no acarrea pecado, la intención que la manipula, sí.

Estar instaurado en la mención y las frases hechas lleva a imprevistos, lo que le ocurrió al pobre árbitro rumano rebotando levas de periodistas en Brasil es muy normal, y se resume en desviar la inacción reaccionando cuanto más lejos mejor, al tiempo que se ignora lo que ocurre en la esquina del barrio o en la misma empresa donde uno trabaja, en este caso, me acuerdo especialmente de la Fox.

Por unos días su reputación, la del árbitro rumano, estuvo deambulando como alma en pena hasta que un jugador negro también, amigo del otro jugador negro los juntó para entenderse y resolvieron que aquello no había sido más que un mal entendido. Eximieron de pecado la palabra y concluyeron que no había mala intención en el hombre.

¿Por qué censuramos el lenguaje, por qué no inquirimos en el propósito que lo transporta, en la libertad bien o mal utilizada del hablante antes de prejuzgar?

Quizá sea mucho más difícil, la adscripción a la palabra es una obcecación rápida, los hechos son demasiado complejos como para subrayar titulares efectistas.

Hasta el corrector del Windows anda subido a esta histeria social sugiriéndonos vocablos, aludiendo a que son mejores, los menos complejos.

Dejemos a la palabra en paz, discutamos qué hay por detrás, echémonos a la arena dialéctica como se hacía en la década de los 80, 90, recuperemos los cafés literarios y las tertulias con sus derivados debates, el sano ejercicio de la dialéctica, y el sanísimo del respeto a discrepar.

Para finalizar y con el afán de rehuir ejemplos largos y distantes, se diluye el racismo al actuar en las distancias cortas, siendo efectivos, en resumen, con hechos.

Y hay material próximo. Este a continuación, es uno.

Hoy en la Henrique Schauman vi dos anuncios giratorios, el primero de una mujer famosa que propagaba braguitas y sujetadores, el segundo, de otra mujer anónima advirtiendo de los peligros de la obesidad.  Dejando de lado que no se atribuyó a esta segunda el adjetivo obesa, ni mucho menos, gorda, volvemos al problema de la toxicidad de la palabra, qué culpa tiene, la pregunta que te hago, lector es, ¿cuál te parece que era el color de la piel de ambas mujeres?

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