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Una historia de Snorkel en Abrolhos

Segundo Villanueva Fernández / São Paulo, 06 de Junho de 2020
São Paulo, 6 de junho de 2020
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A mí todas las prácticas deportivas relacionadas al agua me encantan. Me gusta nadar como forma de diversión o para ejercitar mi cuerpo, bucear para apreciar la vida submarina a grandes profundidades, explorar la vida marítima cerca de la superficie con el snorkel y viajar en barcos grandes o pequeños.
 
Cuando vamos solamente a nadar, no se hace necesario el uso de muchos equipamientos. Sólo el traje de baño (como bikini o malla para mujeres y bermuda de baño para los hombres), las gafas y la gorra de natación son suficientes.
 
Ya para el buceo ¡hay que estar más preparado! Los cilindros de aire comprimido respirable, trajes adecuados para mantener la temperatura corporal normal (se debe conocer la temperatura del agua en la profundidad), máscara de buceo, pies de pato y varios otros equipamientos que pueden ser o no, necesarios dependiendo de la profundidad que el buzo alcanzará.
 
Ya para hacer snorkel el único equipo realmente requerido es el snorkel (el tubo curvo que se pone en la boca y que le permite respirar mientras su cara se mantiene en la superficie del agua) y la mascarilla (para que el buzo tenga una buena visibilidad del área). Otros equipos pueden ser necesarios dependiendo de la temperatura del agua.
 
Aunque el buceo sea bueno, es el snorkel el que más me encanta... quizá porque me siento más libre. No estoy presa a cilindros y los riesgos de una embolia no existen. Pero principalmente por las muchísimas recordaciones alegres que recogí en los años pasados. Ya he hecho snorkel en muchísimas playas bellísimas, como algunas en Fernando de Noronha y Tailandia. Pero, fue en 2012, cuando estuve en Abrolhos (uno de los archipiélagos más importantes y más preservados del mundo, ubicado al sur del estado de Bahía, en Brasil) donde viví la experiencia más fantástica.
 
Fuimos con mi marido en catamarán a Abrolhos. Permanecimos por tres días embarcados, comiendo y durmiendo en el medio del mar con más de ocho o diez turistas, dos marineros y dos buzos. La idea del paseo era conocer las bellezas del archipiélago con la oportunidad de hacer buceos diurnos y nocturnos, guiados por los buzos profesionales.
 
Así como snorkels libres, también a cualquier hora del día o de la noche. En uno de los días, estaba charlando con uno de los marineros, Dito, que me contaba que conocía muy bien el archipiélago, ya que nació y fue criado allí. Me contaba que los buzos profesionales no habían nacido ahí y que entonces no conocían los detalles y secretos de las islas. Él, por otro lado, sabía exactamente dónde encontrar cada todos los animales que vivían en el mar.
 
Sabía dónde encontrar los tiburones (tigre y limón), las barracudas, las mantarrayas, los grandes calamares y, lo que más me generaba interese, ¡la tortuga gigante! Me dijo que esta tortuga vivía cercana de las rocas y que si tuviera ganas, podríamos buscarla por la noche. Me dijo que iba a encontrar una investigadora francesa que estaba en la isla vecina y que juntos iban a hacer snorkel, que entonces me podia juntarme a ellos. Le pregunté si tenía linternas (ya es obligatorio portarlas, dos por persona, cuando se sale a un buceo o snorkel nocturno). Aclaró que tenía 4 para compartirlas entre las 3 personas... 1,3 linternas por persona.  
 
Como la invitación me había interesado, me sentí un poco aprensiva. ¿Cómo iría a nadar con dos personas que no conocía, dejar a mi marido en el catamarán, hacer snorkel nocturno con menos linternas que lo recomendable? Al mismo tiempo que las ganas de ver a los animales marinos durante la noche ¡me encantaba! Imaginar el encuentro con la tortuga gigante me volvió loca de curiosidad y decidí que iba. Pero, hice un arreglo con mi marido - él se juntaría a nosotros, pero ¡sin previo aviso a Dito! Y así sucedió. Cuando estábamos por partir para nuestra aventura, él se juntó a nosotros y no había ¡cómo volver atrás! 
 
¿El problema? La cantidad de linternas había sido inmediatamente reducida para sólo UNA por persona! Si una de ellas fallara, estaríamos en peligro. Pero, seguimos. 
El agua estaba muy buena y la noche bellísima. La luna iluminaba el agua y agradecíamos a cada minuto por la oportunidad de vivir lo que estábamos viviendo. Llegamos a la isla donde la investigadora francesa vivía y ella se juntó a nosotros. Fuimos nadando cerca de las piedras y ya podíamos ver muchos animales marinos. Pulpos, manta rayas, calamares, peces de los colores y tamaños más variados cuanto fuese posible... ¡Todo muy bello! Mi snorkel estaba funcionando mal y de vez en cuando un poco de agua entraba en mi boca, pero no me importaba. 
 
De repente, veo un animal viniendo en mi dirección. Me parecía ser un tiburón... pero, era la primera vez que creí estar viendo un tiburón de carne y hueso... no me lo creí... pero al mismo tiempo, me pareció que me miraba a los ojos y se acercaba más y más... me desesperé, empecé a nadar de vuelta, mi corazón palpitaba con fuerza, levanté la cara del agua y le pregunté a mi marido – “¿es un tiburón?”. Mi marido sacó su cara del agua y se reía muchísimo, diciendo “claro que sí, ¿ y cómo no? y no sirve de nada nadar de vuelta, si a él le gustas, te comerá”. Aunque estaba nerviosa, empecé a reírme y traté de aprovechar la presencia del tiburón para verlo más en detalles. Al final, él se fue y nada de malo sucedió con nosotros.
 
Continuamos nadando hasta que Dito, empieza a darnos una señal, girando su linterna en dirección al fondo del mar. Sólo veíamos arena... no estábamos entendiendo lo que él quería mostrarnos. De repente, mi corazón palpitó nuevamente. Lo que a nosotros nos parecía sólo arena, para los ojos expertos del marinero ya se veía que era la caparazón de la tortuga gigante. Ella empezó a levantarse del fondo del mar, elegante, tranquilla, bellísima... pero, con ojos muy atentos y fijos en los nuestros... su cabeza era quizás mayor que una pelota de fútbol y su caparazón era tan grande que Dito, la llamaba cariñosamente de “capó de fusca”. Ella nos miraba a los ojos fijamente, como si quisiera decirnos que aunque fuera una tortuga, era gigante, fuerte y podía defenderse muy bien.... sentí miedo, pero alegría al mismo tiempo. Ella fue subiendo suavemente, sin dejar de mirarnos a los ojos en ningún momento. Llegó a la superficie, respiró y volvió a sumergirse... Y nosotros continuamos nadando y explorando la vida marítima “con el alma lavada”.
 
Cuando llegamos al catamarán, nuestros compañeros se sorprendieron con nuestra epopeya! Al día siguiente, uno de ellos estaba todavía muy impresionado y nos pidió que fuésemos nuevamente a buscar a la tortuga. Lamentablemente, Dito dijo que no podía acompañarnos, ya que era su jornada de trabajo. Pero que nos prestaría sus linternas – aunque consideraba muy arriesgado ir solos. Sí... es verdad... era arriesgado... Sin embargo, ¡decidimos que íbamos a una aventura más! 
 
La noche estaba de nuevo bellísima y fuimos a la luz de la luna en dirección a las rocas. Nadábamos, nadábamos, nadábamos y sólo encontrábamos peces, calamares y algunas manta rayas (lo que no encantaba, por supuesto), pero nada de tiburones y de la hermosa tortuga. Después de bastante tiempo de una búsqueda sin suceso, ya estábamos bastante desgastados. Yo ya había tragado mucha agua debido a mi snorkel que funcionaba mal y empecé a sentir frio. Decidimos que ya era hora de volver al catamarán. 
 
Creíamos que estábamos cercanos del barco, pero cuanto más nadábamos, más lejos nos parecía estar. Empecé a temblar. Sentía que no tenía más fuerzas, pero precisaba encontrarlas. No podía parar para descansar, ya que el miedo de la hipotermia era mayor que la debilidad. Después de mucha lucha, llegamos al catamarán. Cuando mi marido subió la escalera, percibió que habíamos llegado, ¡pero al catamarán incorrecto! Qué desilusión.... ¡Qué miedo!.... Sólo pensábamos que habíamos sido muy locos al salir a esta aventura sin un profesional. 
Juntamos más fuerzas y continuamos a nadar hacia el otro barco que podíamos ver. La distancia parecía interminable.
 
La conciencia de que nos habíamos estado en riesgo y el arrepentimiento que sentíamos reducía nuestras fuerzas. Pero, las ganas de vencer eran mayores y ¡logramos llegar! La alegría de subir las escaleras y encontrarnos con los otros compañeros ¡fue gigantesca! No duchamos para calentarnos, bebimos agua para hidratarnos y tratamos de enseñar a nuestros compañeros lo que aprendimos en aquella noche: “las aventuras marítimas pueden ser lindas, pero sólo,  si vividas con seguridad”.
 
Cacilia Leonelli 
(C1 de Silvia Cevasco)
 
 
 
https://www.espanaaqui.com.br/pdf/junho%202020/El%20alumno%20Escribe,%20una%20historia%20de%20snorkel%20en%20Abrolhos.jpg
 
 

 

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