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Juanitín, final

Revista Vamos Contigo 222 - Expresión escrita y comprensión lectora - España. Costumbres, Cultura EspañaAquí / São Paulo, 05 de Outubro de 2019

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Una vez Juanito el tonto me meó. Estaba andando distraído delante de la escuela y sentí un chorrillo caliente descenderme por las piernas. Miré y me estaba meando. En verdad no supe decir quién era, si Monchi Calatrava o Juanito el tonto. Pero como ese tipo de cosas eran normales en Juanitín, pensé que fue Juanitín. El chorro descendió amarillo por el pantalón y después se quedó frío y húmedo. Se lo dije a mi madre y me dio otro. Las cosas no se comentaban mucho más en aquellos tiempos.
 
Esa crueldad propia de los niños y de los mayores con los diferentes se demostraba en muchos ambientes. Juanitín era diferente como un gardacho en mitad de la calle, una gitano detrás de una esquina, como la francesa rubia de ojos azules que iluminó el castillo del Pueblo, como un gorrión que se metía por la ventana de casa sin querer, o el ratón desprevenido saliendo por el tubo de la cocina… Juanitín era diferente, y a lo diferente se le mira, se le pega, o uno se ríe de él, a distancia.
 
En el fútbol le colocaban duros de cinco pesetas en el suelo y le pedían que se volviese para atrás a ver si la cogía. Los hombres bebían coñac y se ponían rojos. Todos ellos tenían una característica: bocas grandes, hablaban alto y exhibían barrigas enormes. En el medio, Juanitín contorsionándose como una bailarina para atrás, con su cuerpo de tronco redondo para coger el duro de cinco pesetas. Y cuando lo conseguía ganaban apuestas y bebían más coñac.
 
Crecí y Juanitín siempre fue Juanitín. Hasta que un día se murió. Joven, pero según decían, viejo para él.
 
- Se ha muerto Juanitín
 
Entonces la mayoría continuó haciendo las cosas del día, porque estaba sentado que Juanitín nació para que se muriera, y pensé que cómo uno nace ya para morirse. Uno nace para vivir y morirse al final. Y se muere cuando le viene,
 
- Ya está
 
Es raro. En aquellos tiempos los gorriones que entraban por las ventanas tenían sus horas contadas, los zorros que saltaban entre mata y mata por el campo eran objeto de batidas al día siguiente; perdiz que levantaba el vuelo a destiempo, ya estaba.
 
Pero el Pueblo fue creciendo y a la raya del horizonte le fueron haciendo caños cada vez más habituales. Los Hombres empezaron a fijarse menos en los otros y más en mejorar.
 
Cuando se dieron cuenta que en esta cuestión no había límite, la diferencia se constituyó en un dato más de sus vidas, nada diferente a otras, como viajar, invertir, reñir con la familia o contarse cosas a través del teléfono.
 
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