La joven que me atendió se aproximó para testarme, pues era una tienda de mujeres llena de ropas coloridas y sedosas y bolsos hippies, artículos muchos de ellos en maniquíes delicados como muñecas de trapo.  Ninguno de ellos tenía ojos, algunos representaban madres, otros, niñas, supongo sus hijas, delicadas, gráciles, estilosas, vanguardistas, resultonas, elegantes, pero con rostros sin rostro, planos, lo cual mostraba un aire ciertamente inquietante que fue lo que más me llamó la atención, produciéndome inmediatamente un magnetismo irresistible.

 

-Qué bonitas todas, se parecen a las muñecas pequeñas de antes, sin ojos ni nada, es lo que más me gusta de la tienda, qué fuerza.  

 

Noté que la joven que se me acercó para preguntarme en qué estaba interesado dio un paso atrás sin saber qué decirme, algo turbada, supongo que estaba acostumbrada a que le inquirieran sobre prendas y no sobre los maniquíes que las portaban, pero yo no entendía nada de la tienda, por eso me quedé ensimismado en mis modelos estremecedores y multicolor, supongo que esto la sacó del guión y le produjo cierta congoja.  Como la vi insegura rápidamente le dije que mi mujer se encontraba comprando un bolso en el fondo del establecimiento, ella esbozó una sonrisa, pero tampoco muy convincente, de cualquier manera quedó un poco más aliviada y eso me dejó más tranquilo porque ahora tenía vía libre para mi desfile terrorífico, no pensé mucho en ella, la verdad sea dicha, incluso me molestó que no me siguiera el juego, pero lo que es cierto es que así pude volver otra vez a mis maniquíes anónimos con placidez y con la seguridad de que el teatro que yo solo veía estaba dispuesto ya para mí como único y singular espectador.