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La Calle de los Pinheiros y su Picaresca

Revista Vamos Contigo 224 - Expresión escrita y comprensión lectora - Brasil. Costumbres, Cultura  España aquí, cursos de espanhol em São Paulo, São José dos Campos e Rio de Janeiro / São Paulo, 26 de Agosto de 2011

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Hace seis meses un hombre de apariencia destartalada me abordó en la calle de los Pinheiros.  Tenía bigote, iba despelujado y su piel estaba arrugada.  Su semblante, misericorde. 

-    ¿Hablas español?
-    Sí, soy español.
-    Ah, mejor.  Mira, estoy viniendo del Largo de la Batata.  Iba a por un
bico que no salió.  Vuelvo a pie y no tengo dinero para coger el autobús y volver a mi casa en República.
-    …
-    … te lo pido por favor.  ¿Podrías darme dos reales?


Me enseñó su pierna, blanca y con bultos.  Enseguida me picó la cabeza de ver aquello.  Podía ser mentira.  También verdad.  Pero su pierna me lastimó el corazón.  Más, el alma.  No me lo pensé dos veces.  Fui al cajero automático y le di 20 reales, que me los agradeció en un santiamén.

El hombre desapareció con prisa por la Avda. Brasil y vete tú a saber si cogió el autobús para República.
 
A lo largo de todo el día me quedé pensando en el suceso y concluí a eso de las 8 de la noche que el tipo era un farsante.  No se lo conté a mi mujer.  No sé por qué.  Hasta que volvió a suceder.

Resulta que un hombre de apariencia destartalada me abordó nuevamente enfrente del restaurante Le Jazz en la calle de los Pinheiros.  Tenía bigote, iba despelujado y su piel estaba arrugada.  Su semblante, misericorde.

-    ¿Hablas español?
-    Sí, soy español.

-    Ah, mejor.  Mira, estoy viniendo de la Estação da Luz.  Vuelvo a pie y no tengo dinero para coger el autobús y volver a mi casa en Butantã, allá del Largo de la Batata.
 
-    …
-    … te lo pido por favor.  ¿Tienes dos reales que darme?


Me enseñó su pierna, blanca y con bultos.  Enseguida me picó la cabeza de ver aquello.  Me dio pena la pierna,  solo de pensar que la bultosa perteneciese a un farsante de pacotilla como aquel.  No me lastimó el corazón.  Ni más, el alma.   

Vi un cobarde de orejas gigantes, agacharlas como un perro con culpa,  levantar los brazos y salir pitando.  Concluí quizá que me excedí un poco.

La mentira se presentó tan a huevo, tan desnuda, tan lasciva, tan, tan….  Tan apetecible.  Cebarse fue un resorte del instinto.  
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